La ética cívica
La ética de los ciudadanos
Los ciudadanos de los que estamos hablando suelen vivir en sociedades pluralistas. Una sociedad pluralista es aquella en la que conviven ciudadanos que tienen distintas concepciones morales, distintas creencias religiosas y distintos ideales de vida.
Pero
para que sea posible la convivencia entre formas diferentes de comprender la
vida es preciso que haya puntos comunes.
Si no fuera así, las diferencias entre los distintos proyectos de vida
producirían conflictos de intereses sin solución. Estos elementos comunes
constituyen las exigencias mínimas
que es necesario compartir para que sea posible la convivencia y forman la ética de los ciudadanos. Los proyectos
de vida y los ideales felicidad que cada cual tenga por buenos los
denominaremos máximos.
Los contenidos de la ética cívica
Estos elementos comunes mínimos son un hecho en los países democráticos. En las sociedades pluralistas de estos países, los ciudadanos han asumido ya algunos valores, derechos y actitudes que se dan por supuestos la hora de tomar decisiones que afectan a todos.
1. Garantizar el respeto
a los derechos humanos de todos los ciudadanos. |
2. Defender los valores de libertad, igualdad y solidaridad, como expresión del respeto a
los derechos humanos. |
3. Adoptar una actitud de dialogo y de tolerancia activa,
propia de quienes quieren entenderse con los demás y no imponerse a ellos. |
Como vemos, en los tres aspectos mencionados hay un presupuesto común: los tres apuntan en la dirección de considerar a la persona como un valor absoluto. Del reconocimiento de este carácter se deriva que las personas no pueden ser tratadas como instrumentos y que poseen una dignidad que las hace ser sujetos de derechos.
Construyendo el mundo juntos
La idea de la ciudadanía supone la superación de, al menos, tres situaciones:
1) La del vasallo. Esta es la relación propia de un sistema feudal. En ella, el vasallo se comprometía bajo juramento a obedecer al señor; a cambio, recibiría protección frente a invasiones enemigas y otros peligros. A pesar de esta contrapartida, el vasallo se obligaba a ponerse por entero a disposición del señor.
2) La del súbdito. Esta relación aparece durante el despotismo ilustrado. Los miembros de una sociedad son súbditos en la medida en que están sujetos a la autoridad de un superior, el monarca absolutista con la obligación de obedecerle. Por consiguiente, el súbdito aún encuentra en una situación de inferioridad y no es autónomo.
3) La de explotación y dominación en la que se encuentran muchas personas que no ven respetados sus derechos económicos, sociales o culturales. De esa forma tienen limitadas, cuando no suprimidas, sus posibilidades de desarrollarse como seres humanos autónomos.
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